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No resulta fácil.

    No resulta fácil tratar de reflexionar sobre uno mismo y sobre la propia obra, no resulta fácil intentar definirse como artista o esgrimir justificadas explicaciones sobre las pinturas que elaboro. Comencé un buen día a pintar, casi sin saber cómo, en la niñez y ya no pude parar. Pintar se convirtió en una necesidad vital, en una obsesión, en el aire que respiro. Desde ese comienzo todo fue evolucionando, año tras año, etapa tras etapa, y ahora, resulta complicado buscar intenciones expresivas y reflexiones teóricas. Lo más importante, he disfrutado siempre creando formas e imágenes, disfruto trabajando en mis obras y eso, en principio, me basta. Como mejor se define una persona es con lo que hace.

   Pintar, dibujar, se trata de un juego divertido y fascinante. Puedo argumentar muchos razonamientos teóricos, aclaraciones simbólicas y demostraciones conceptuales para dar un sentido a mi trabajo. Pero quizás, en realidad, en la soledad del estudio, lo que hago no tenga más explicación que la de un juego. Si, un juego con los elementos plásticos. Trazar líneas de diferentes formas, una recta, una curva, una quebrada; extender colores, combinándolos, enfrentar el rojo al verde, degradar colores en tonalidades suaves; organizar y mover formas, triángulo aquí, cuadrado allá, círculo sobre rectángulo; descubrir texturas, grafismos, transparencias. Probar, combinar, cambiar todos estos elementos hasta que aparezca la magia.

   Comenzar una obra es emprender un viaje incierto. Primero, la planificación. Antes de bregar sobre el lienzo existe una fase de búsqueda y de investigación en la que elaboro un boceto previo, normalmente a lápiz. Boceto que emana del análisis de mis propias obras, de las que he realizado años atrás. También utilizo cualquier imagen que me haya llamado la atención o recortes de obras de otros artistas. Además, busco ideas en mi archivo de formas y detalles, un diccionario visual elaborado durante años. Poco a poco van manifestándose las arquitecturas y los personajes, entes abstractos, motivos geométricos y estructuras. Probar, combinar, cambiar... nace la obra, el boceto está terminado. La idea más o menos clara. Ahora hay que trasladar el dibujo al lienzo con total precisión.

   El planteamiento diseñado en el boceto está ya sobre el lienzo. Pero, aunque tengo una noción clara de lo que quiero, la obra crece y evoluciona por sí misma, se va desarrollando y cambia a medida que laboro en ella. Surgen problemas, hay que realizar cambios. A veces, ni me reconozco en lo que voy creando. Muchos planteamientos no funcionan. Otros propósitos no son resueltos con fluidez. Pero no hay opción, solo avanzar y disfrutar con lo que encuentro por el camino, observando todo con curiosidad y emoción. Al final el resultado puede ser muy diferente a la idea original, no puede ser de otra manera. Hay que dejarse sorprender.

   La creación artística y la ejecución de la obra, tanto a nivel manual como intelectual, suponen un esfuerzo en todos los niveles, con sus momentos de tensión, de frustración, de alegría y de angustia. No siempre las cosas salen bien. Cada obra es una lucha permanente, se disfruta, pero también se sufre.

   Mis pinturas pueden considerarse abstractas, pero no lo son en el sentido estricto del término abstracto. Las formas y sus agrupaciones dentro del lienzo no representan aspectos de la realidad que nos rodea. Sin embargo, nos recuerdan, mejor dicho, nos sugieren formas conocidas y existentes. Las composiciones siempre mantienen el recuerdo de una realidad reconocible. Y gracias a esto, después, a cada observador estas formas le evocan cosas diferentes.

   La ejecución de la obra es tremendamente minuciosa, muy trabajada, laboriosa, con una técnica limpia y perfilada. Los contornos están muy definidos, perfectamente dibujados. Utilizo por todas partes composiciones geométricas, geometría que no renuncia al volumen. Y el color, un color limpio, con suaves gradaciones de claroscuro. No son obras de ejecución rápida.

   Siempre he pensado que dibujar y pintar son actividades innatas en el ser humano. Creo que el artista no tiene nada de especial que le diferencie respecto de las demás personas. La única diferencia es, quizá, que nunca perdió la tendencia natural a llenar de garabatos y colores la pared más cercana. Quizá sea ese el único secreto de un pintor, que sigue siendo un niño, que posee la inocencia de la infancia, que comienza cada día con la inquietud que descubrir cosas nuevas abriendo los sentidos y, sobre todo, explorando los límites de la imaginación.




"La grandeza y el rocío". Acrílico sobre lienzo. 162x162. 2022.

 

Enrique Rodríguez Guzpeña